Por muchos siglos las narrativas dominantes han escrito desde perspectivas que históricamente nos han silenciado, distorsionado e invisibilizado. Reconocernos y encontrarnos nos permite amplificar nuestras voces, voces que se alzan contra la impunidad en los miles o tal vez millones de casos de desapariciones, violencia y crímenes de odio contra mujeres y disidencias.
Los sistemas de justicia fallan en responder, perpetuando siglos de dolor y vulnerabilidad. Estas ausencias no solo dejan familias y comunidades devastadas, sino que también envían un mensaje de desprotección y desinterés, como el caso de Sheyla Cóndor, que hoy nos despiertan la rabia y la indignación.
Frente a esto, el arte se alza como un acto de denuncia y memoria, una forma de mantener viva la lucha y de exigir un cambio estructural. Estas creadoras traen al mundo visiones únicas, tejidas desde experiencias que a menudo han sido marginadas. Su obra interpela, desafía y abre espacios para conversaciones que trascienden lo individual, tocando lo colectivo.
En un contexto nacional marcado por retrocesos en derechos y el resurgimiento de discursos de odio, apoyar el arte de quienes encarnamos la feminidad desde diversas intersecciones es más relevante que nunca. Es asegurar que nuestras historias no solo se cuenten, sino que resuenen, que sirvan de inspiración y dejen una huella transformadora en la sociedad.